El sabanero y el castigo del zopilote
San José, julio de 2020. “El sabanero es una figura icónica en la memoria colectiva de Guanacaste. Considerado como el señor de las sabanas, fue el que se desplazó habilidoso por los llanos y las montañas. Experto lazador, vaquetero, montador insigne, arriador de interminables y solitarios caminos; con cuernos y canciones convocaba a los animales a la fierra, al corral, a los baños; y a las largas travesías rumbo al norte o al centro del país”, describe María Soledad Hernández, en su investigación para el Centro de Patrimonio Cultural.
Cuando el Partido de Nicoya decidió unirse a la República de Costa Rica en 1824, ya ese territorio, conformado por los actuales cantones de Nicoya, Liberia, Santa Cruz, Carrillo y La Cruz, estaba perfilado hacia un desarrollo económico basado en la hacienda ganadera; espacio de aprendizaje, trabajo y ocio del sabanero.
Cuenta “Wicho” Pizarro, boyero liberiano, que: “después que terminaba la vaquiada, todos los sabaneros hacían la monta en el corral, porque los corrales eran de piedra, y había una ventaja o desventaja, y era que ocho días antes de que comenzara la vaquiada, los sabaneros mataban un zopilote y lo guindaban en una rama que había en el corral. ¿Usted sabe ese zopilote… ocho días antes ahí...! ¿Cómo estuviera ese zopilote! Y el sabanero que lo trepaban y le restregaban la cara con el zopilote y no lo dejaban bañarse hasta que fuera las cuatro de la tarde. Si a la cocinera se le agriaban los frijoles: ¡Iba para el zopilote! y si el mandador llegaba sin plata o le hacía falta plata: ¡también! y si el patrón llegaba y hacía algo, también lo encajaban. Nombraban un juez y cuatro policías, que eran los que decían: trepen a fulano, trepen a sutano, ¡no le perdonen nada!”.
El zopilote era un juego que se daba sobre todo en la vaquiada y la fierra, cuando se arreaba y se marcaba el ganado. Luego, era el tiempo para divertirse, presumir habilidades e impresionar a las mujeres. Por la tarde noche se cantaba, se bailaba y se tomaba vino de coyol en un ambiente festivo.
El sabanero ha sido un portador de cultura a través de generaciones en buena parte gracias a estos espacios de trabajo y ocio. Así lo constata Hernández: “La comprensión de su vida, de su entorno, de su interacción con la naturaleza y con los animales en las haciendas, constituye un hecho relevante para la recuperación de la historia local, una historia que tiene mucho para ofrecer y mucho más que decir sobre la constitución de la identidad de la región y de su continuidad a través del tiempo”.
Fuente: M. Hernández, Tope de Toros de Liberia: Resignificaciones desde la historia, voces de la memoria, publicación inédita del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, 2018.
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